sábado, 13 de octubre de 2007

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Tengamos la idea. La idea clara del sentido. Ayer estaba en Sta. Lucia y los cadetes de la escuela militar ubicada a una cuadras se encontraban haciendo ejercicios, vigilados por quien supongo era su capitán. Pensé y sentí una añoralgia fatal, los vi pensando que tal vez ellos no se daban cuenta del momento justo en que la pubertad/adolescencia pasaban de ellos, y los dejaba queditos, como cuando escuché el piano sin saber qué era ni cómo funcionaba. Daban vueltas y vueltas por los arcos, jugaban pretendiendo rigor, hacían zancadillas, hacían lagartijas, hacían como si fueran cadetes. También se encontraban entre ellos, como sus iguales, tres o cuatro muchachas, haciéndo lo mismo, aunque de igual manera. Estuvimos un buen rato mirándonos; yo, acodado en los arriates del parque, ellos girándo alrededor mío disfrazados de café, verde y sombreros. Arriba, pero muy arriba, giraba también un par de zopilotes.
Una paloma voló con su pomposo y lerdo aleteo, y yo miraba el parque y sus caminantes, y ni siquiera estaba seguro de porqué estaba ahí; o si era necesaria mi prescencia. De todos modos los miraba. Y vi que era bueno estarse allá.

También iba en el autobús, rápido como se va al cementerio, y también como un domingo a las doce del día, en que de tan pocos pasajeros el viento silba por las ventanas y le revuelve las monedas al chofer.
Aquí estaba el psiquiátrico, me dijo alguien -horrible palabra que suple al casi suave manicomio- y los locos se sujetaban de las rejas, y gritaban, y lloraban, y se quedaban viendo los laureles del zoológico. Sentí que un manicomio justo en frente del zoológico era una visión extraña, pero no sabía qué pensar y no me preocupé por hacerlo. Recordé a Panero: "Sois vosotros los que están en la cárcel, yo no" y también recordé, o pensé en recordar sin hacerlo exactamente:

Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina
sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano
la vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una Princesa.

Pensé en bajarme. En mirar entre las verjas, arrinconados por los baños de agua fria y catres tan duros como el pan, a los maravillosos locos que nos precedieron, en escuchar su canto sin poder entenderlo, en mirar los rosales que tendrían que haber estado ahí, rodeando sus bancas llenas de orines y rocío. Pero no me sirvió de nada. El maldito autobús nunca se detiene cuando uno lo quiere. Por más que se diga, por más que se cuente, uno no lo detiene, sino hasta que ha de hacerlo. Es una ficción constante, creer que me puedo levantar y decir: Ya no quiero. Se acaba. Me voy. No aguanto. Pero es tan cierto como que yo no estoy en la cárcel. Como que Panero está loco. O como que puedo entender lo que intento explicar. A veces la cabeza me da vueltas y vueltas, como los zopilotes en el cielo cuando no los ven. Y no puedo entender tantas cosas, que sigo buscando que me las expliquen.